Propiedad de la voz y la imagen en la era de los deepfakes: lo que Dinamarca nos está diciendo sobre identidad digital

Hace unas semanas, Dinamarca dio un paso que podría marcar un hito en la protección de nuestra identidad en entornos digitales: propuso una reforma a su legislación de derechos de autor para otorgar a los ciudadanos propiedad intelectual sobre su voz, su rostro y su cuerpo en contextos de uso por inteligencia artificial. Esto significa que, bajo esta propuesta, cualquier persona tendría el derecho de exigir la retirada de un deepfake —o incluso de solicitar una compensación económica— si su imagen o voz son utilizadas sin consentimiento, incluso cuando hayan sido generadas artificialmente.

La ministra danesa de Cultura, Marie Bjerre, señaló que el objetivo es “proteger a las personas contra el uso abusivo de la inteligencia artificial para replicar sus identidades”, reconociendo que las tecnologías actuales permiten “manipular lo que decimos y hacemos” con un realismo inquietante (fuente: The Guardian, 27 de junio de 2025).

Aunque la propuesta aún debe ser debatida a fondo en el Parlamento, su sola existencia abre una discusión ineludible sobre la soberanía de lo íntimo en un mundo donde cada vez más partes de nosotros pueden ser copiadas, recreadas y distribuidas sin que lo sepamos o lo aprobemos.


Deepfakes, identidad y la desmaterialización de lo humano

Vivimos en una época en la que la diferencia entre lo real y lo generado se ha vuelto cada vez más difusa. Herramientas de IA como ElevenLabs, Sora o D-ID permiten crear imágenes, voces y videos hiperrealistas en cuestión de segundos. Esto ha dado lugar a campañas de desinformación, videos pornográficos falsificados, imitaciones de celebridades e incluso discursos políticos fabricados que jamás fueron pronunciados por la persona mostrada.

En este contexto, la identidad se convierte en un bien simbólico vulnerable y replicable. Ya no basta con cuidar lo que decimos o mostramos: también debemos preguntarnos cómo —y quién— podría estar generando versiones nuestras sin nuestra participación. La filósofa Shoshana Zuboff lo ha dicho claramente: estamos frente a una nueva forma de extracción donde los datos personales —incluidos el rostro y la voz— son materia prima para alimentar la economía de la atención.


¿Qué propone la ley danesa?

Según medios como The Guardian y TIME, la propuesta danesa busca:

  • Que las personas sean consideradas autoras de sus propios rasgos y sonidos en entornos de IA.
  • Que el uso no consentido de sus voces o rostros pueda ser objeto de denuncia o reclamación económica.
  • Que las plataformas digitales tengan la obligación de remover contenido generado artificialmente si la persona afectada lo solicita.
  • Que se mantenga la excepción para usos paródicos o satíricos, en defensa de la libertad de expresión.

Además, se establece que las plataformas que no cumplan podrían ser sancionadas por autoridades regulatorias danesas o europeas. Esta sería la primera legislación de su tipo en Europa, y probablemente marque la pauta para otras naciones que aún no han abordado el impacto cultural, ético y simbólico de los deepfakes.

📰 Fuentes:


La autenticidad como acto ético en la cultura digital

Más allá del marco legal, lo que esta discusión nos revela es que la representación de uno mismo ha dejado de ser un acto exclusivamente personal o artístico: hoy es también un campo político y legal. En un entorno mediado por algoritmos, donde todo puede ser replicado, lo auténtico ya no es solo una cualidad estética, sino una posición ética.

Para quienes trabajamos en comunicación, marketing, cultura o medios, esto implica una responsabilidad urgente. No basta con “usar bien la IA” o evitar los plagios obvios: hay que reflexionar sobre qué tipo de representación estamos generando y con qué límites simbólicos jugamos al replicar voces, imágenes o estéticas ajenas.


¿Y si todo puede parecer real?

El peligro no es solo que alguien haga un deepfake tuyo. Es que lo falso sea indistinguible de lo verdadero, que la duda se vuelva norma, y que la confianza en lo visible se erosione al punto de que ya no creamos en nada. Como advertía Guy Debord en La sociedad del espectáculo, vivimos en una cultura donde lo representado ha tomado el lugar de lo real, y lo espectacular sustituye lo vivido.

En ese sentido, lo que propone Dinamarca es más que una medida legal: es un gesto simbólico y ético que busca reinstalar la pregunta por la autoría, el consentimiento y la representación en la era de la simulación masiva.


Lo simbólico no es libre: se debe cuidar

Si queremos construir entornos digitales más humanos y más confiables, necesitamos no solo leyes, sino conciencia crítica. Porque cada vez que replicamos una imagen, compartimos una voz generada o jugamos con una representación, estamos participando de un ecosistema simbólico que o bien protege la dignidad o la reduce a código.

Defender el derecho sobre tu rostro y tu voz no es vanidad. Es defender la integridad de lo que significa ser alguien en un entorno donde cada día cuesta más distinguir entre persona, perfil y producto.

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